Formación Integral


Una aspirina y vuelve a ser pobre

02.06.2008 12:12

Por: Guillermo Giacosa

Había júbilo en quienes anunciaron que la pobreza en el Perú había descendido más de 5%. Es imposible no alegrarse ante una noticia que, finalmente, parece beneficiar a los más necesitados. Es lo que reclamaban todos, algunos por convicción; otros, por compromiso, pero hablar de las inequidades económicas se había convertido en una suerte de obligación ante el abismo dramático que se estrellaba contra nuestras narices mostrando que el notable crecimiento económico no se reflejaba en el nivel de vida de los sectores postergados.

 

Vi la ceremonia por TV, observé la euforia del presidente y me gustó su generosa afirmación de que ese éxito se había iniciado con gobiernos anteriores y su posterior llamado a no inflar las expectativas. Fue, en suma, una de esas buenas jornadas en las que todos, actores y espectadores, se pueden ir tranquilos y satisfechos a la cama.

 

Yo no fui una excepción y, como más allá de compartir o no el modelo económico, entiendo lo que significa que centenares de miles de peruanos abandonen la pobreza, me alegré y deseé, como tantas otras veces, estar equivocado con mis previsiones sobre el futuro. Si la realidad les da la razón, enhorabuena, sigan adelante.

 

Pero así como no hay mal que dure cien años, tampoco hay alegría que se resista cuando uno deja de lado las emociones movilizadoras y vuelve a poner sus neuronas en actividad.

 

Recordé que, en mis últimas visitas al mercado, los precios, por primera vez en mucho tiempo, me alarmaron. Supe que las investigaciones, avaladas por el Banco Mundial, habían sido realizadas antes de los recientes aumentos y colegí que esto podía disminuir ligeramente la cifra pero que, en todo caso, la pobreza  histórica comenzaba a doblegarse ante el avance de políticas económicas que, proponiéndoselo o no, apuntaban a una mejor distribución del ingreso.

 

Aunque mi sonrisa no era ya tan espléndida seguía optimista. Y hubiese seguido así si no hubiese leído que, en el Perú, para no ser considerado pobre hay que ganar más de 229 soles. DOSCIENTOS VEINTINUEVE SOLES, en letras y con mayúsculas para que parezca más. Aún así suena a poco y nada.

 

El caso peruano es uno de tantos en el subcontinente con mayor desigualdad del planeta, incluido Chile, que es uno de los líderes en ese rubro, y Brasil, que es la mayor potencia regional y aspira a entrar al club de los grandes.

 

Los criterios para establecer los 229 soles como valor de la canasta mínima alimentaria, que en otros países equivalen a lo mismo, están basados en metodologías de medición en las que la compra de una aspirina devuelve al no pobre a la condición de pobre, pues altera su capacidad económica. No hay, en esta medición, una relación que nos permita apreciar las distancias sociales entre quienes componen el país.

 

Sé que no es políticamente lo más conveniente, pero intuyo que si resaltáramos más este rasgo quizá pudiéramos elevar la conciencia de solidaridad sobre la que reposa la convivencia al interior del grupo de seres humanos que integran la nación.

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