Formación Integral


Relato en la cena

06.06.2008 18:24

Por: Roberto Felipe

Nos aprestábamos a cenar, luego de llegar del trabajo. Mi esposa y Luisa arreglaban la mesa, mi hijo no dejaba su nuevo carro a control remoto, claro que ya estaba destrozado, "pocos días le duran los juguetes". Ya con los tenedores en mano, Chelita mi esposa le preguntaba a Luisa por su familia. Luisa tiene siempre la sonrisa con un aura de tristeza, se da tiempo para criar a su hijo Raí de siete meses, mientras cuida a nuestro hijo Estéfano de tres años. El relato sobre su familia nos aprisiona, nos cuenta que su familia vive en las serranías de la Libertad colindante a la selva de San Martín, son demasiado pobres pues solo trabajan la tierra para comer, ella no terminó la primaria y escapó de su casa a los trece años para evitar los malos tratos de su padre, realizó una caminata de tres días durmiendo en cuevas y a la intemperie para llegar a la selva, Tocache específicamente, "hablaba de lo duro de la vida por esos lugares, de un mundo a la espalda de nuestro mundo". Mi esposa lucha por darle de comer a mi hijo mientras sigue el relato, Raí se quedó dormido en brazos de su madre, yo ya termino la sopa con aquella cuchara inmensa, regalo de mi padre, !!!y sucede!!! Una lágrima surca el rostro de Luisa, no sabemos que hacer el silencio reina cual emperador cruel sobre sus súbditos, - Mi padre tiene un hijo con mi hermana, su hija - dice ella. Su relato se confunde con el temblor de su voz, nosotros nos confundimos con nuestra sorpresa, "ese mundo al que vivimos de espaldas a veces toca entrañas inhumanas, las leyes no existen, dentro de la extrema pobreza el patriarcado se asienta más, la mujer es despojada de sus derechos y el abuso del hombre se confunde con sus frustraciones".

Termina contando que su hermana no sale a la calle de vergüenza y al igual que ella también quiere huir, su madre y demás familiares hacen de la vista gorda y evitan el tema, por temor y vergüenza.

Luisa se levanta, se lleva a su hijo para su cuarto, Chela no logró que mi hijo terminara su comida, él prefirió una galleta aprovechando nuestra distracción por el relato, pero a ella y a mi nos queda un sabor amargo en la boca, no de la comida, si no, de la injusticia y el abandono que reinan en esos pueblos de la serranía peruana.

 

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